Durante la segunda mitad del siglo XIX, Mosquito y Sol eran dos aldeas que se miraban de frente a través del río Higuamo.
Mosquito, situado en la rivera oriental, Sol del lado del atardecer. En estas tierras se cultivaban hortalizas y otros rubros dedicados al consumo local y la exportación a las islas de las Antillas Menores. La caña de azúcar se cultivaba y procesaba en trapiches familiares movidos por animales de fuerza.
En estas bucólicas y adormiladas poblaciones, los artículos de consumo se llevaban a su destino por medio de veleros. Estos prestaron su imagen al lugar, identificando la región por su medio marítimo de transporte.
Andando el tiempo y como consecuencia de desastres naturales, Mosquito y Sol se unieron en la rivera oriental del Higuamo, dando origen a la actual ciudad de San Pedro de Macorís.
Esta comenzó a desarrollarse urbanísticamente en las postrimerías del siglo XIX, cuando la producción del azúcar inició su desarrollo industrial debido al traslado de algunos ingenios azucareros cubanos, como consecuencia de las guerras de independencia en esa isla, tales como la familia Amechazurra, que emigró a San Pedro de Macorís por las óptimas condiciones de su suelo para el desarrollo de este tipo de cultivo. Se produjo entonces una revolución económica, sustentada por los altos precios que el azúcar comenzaba a obtener en los mercados europeos. La ciudad en formación se transformó en un crisol de razas.
La ciudad se levanta primero en madera complementada con cubiertas vegetales, estas fueron sustituidas rápidamente por planchas de zinc acanalado, producción industrial que comenzó a llegar a la ciudad a finales del siglo XIX. Algunas de las construcciones se realizaron en mampostería de ladrillo, tipología constructiva en uso en varias regiones de país.
Se levantaron construcciones de doble nivel en estos materiales hasta los principios del siglo XX, cuando llega a la ciudad y por primera vez en América el cemento, como material de construcción.
Durante el desarrollo de la primera mitad del siglo XX, las construcciones se levantan en el nuevo material, tanto las civiles como las militares, religiosas, de índole comercial o residencial. Se siguen los estilos en boga durante los diferentes periodos de desarrollo.
Muchos fueron los constructores, ingenieros, arquitectos y maestros de obra que se trasladaron a la ciudad para realizar las diferentes obras que la pujante ciudad exigía, ya que rápidamente se estaba convirtiendo en el centro neurálgico comercial e industrial del país.
Entre otros llegaron el arquitecto Antonín Nechodoma, el ingeniero Nicolás Cortina, los constructores Jaime Malla, Turull y Doménech, a los que se sumaron los carpinteros para la arquitectura en madera, que nunca desaparece del todo en la ciudad.
Un plan urbanístico
Desde inicios del siglo XX la ciudad contó con un plan urbanístico de desarrollo propuesto por el Ayuntamiento de la ciudad y realizado por el ingeniero municipal Acevedo.
La ciudad estaba dividida en cuatro cuarteles generales formados por el cruce de las calles Sánchez y Duarte, produciéndose en ese punto el centro urbano de la urbe.
Se edificaron desde muy temprano un edificio para el cuerpo de bomberos civiles, matadero industrial, mercado municipal, aeropuerto fluvial, dado que en esos tiempos, los aviones acuatizaban en ríos y lagos.
También un hipódromo, estadio de baseball, teatros y salas de cine, clubes recreativos sociales, hospitales y todo tipo de funciones y servicios propios de una moderna ciudad americana del siglo XX.
Tomado de El Día