A comienzos del siglo XX, antes de construirse la carretera Duarte, Bonao era uno de los pasos imprescindibles para la comunicación por vía terrestre entre la ciudad de Santo Domingo y las comunidades del Cibao. Tulio H. Cestero, en el Relato de un viaje por el Cibao en 1901, publicado por la revista Eme Eme en 1972, describe aquel camino de la siguiente manera:
“Desde Santo Domingo hasta La Vega el camino era un solo pantano; no caminaban veinte pasos las bestias sin atravesar charcos, verdaderos arroyos de lodo, en los cuales el animal se sumerge hasta la barriga y sale gracias a la voluntad de las bestias criollas, a la espuela y los gritos del jinete cuando el lodo asoleado se ha endurecido un tanto, la pata de la bestia al salir produce el ruido de un fuerte disparo y a las veces el animal vacila y arrastra en su caída al jinete cuya angustia y asco deben ser imponderables”.
Refiriéndose concretamente a Bonao el mismo autor indica:
“A unas siete horas de La Vega, está el Bonao. Para el viajero que como yo ha hecho una jornada de diez y siete horas por el lodo y bajo el agua torrencial, el Bonao es un oasis, una sonrisa. El pueblo, cuyo caserío es de palma y yagua, algunas casas cubiertas de zinc, es grato, simpático”.
Y más adelante recalca:
“En cada casa hay un cubierto o una tasa de café ofrecidos con placer al transeúnte; la hospitalidad es insinuante, franca. Los campos del Bonao están bien cultivados. Los ricos, los acomodados viven en sus estancias, cuyas casas superiores a las del pueblo, son hermosas, construidas de madera y techadas de Zinc, confortables, bien amuebladas; algunas cuya sala luce muebles de Viena. Los beneficios del trabajo se palpan, estas gentes viven cómodas, alegres, felices. Cuando tengan buenos caminos se acrecerá su bienestar y su riqueza”.
Todavía en 1918, de acuerdo con Otto Schoenrich en su libro Santo Domingo, un país con futuro, Bonao era una humilde aldea.
Los datos del Primer Censo Nacional de la República Dominicana indican que en 1920 en toda la común de Bonao había una población de 10,143 habitantes, equivalente al 9.5 por ciento de los habitantes de la provincia La Vega; en la ciudad de Bonao apenas había 1,069 personas. Estos datos sugieren que se trataba de una común poco habitada, con una población eminentemente rural.
De acuerdo con el citado censo, existía apenas otra ciudad menos habitada en el país que la de Bonao y ésta era Cotuí, perteneciente en ese entonces a la misma provincia de La Vega. Cierto es, sin embargo, que de 30 ciudades que había en el país de 1,000 o más habitantes, ocho de ellas, no llegaban a las 1,500 personas.
La población de la ciudad de Bonao creció a un ritmo muy lento en el período posterior al 1920, incluyendo la Era de Trujillo; pero experimentó un súbito crecimiento entre 1960 y 1981, pasando de 12,090 en el primer año, a 44,486 en el segundo, facilitando que el antiguo municipio Monseñor Nouel fuera elevado a provincia en 1982.
La población de Monseñor Nouel para el Censo Nacional del año 1993 más que se triplicó en ese lapso de 12 años, pues ya era de 149,318 personas y, finalmente, en el Censo de 2002 fue de 167,618 habitantes. Compárese con la cantidad de 1960 para que se tenga una idea del cambio gigantesco que dio esta provincia en apenas cuatro decenios.
La explicación de este impresionante cambio demográfico se explica por un hecho de mucha significación en la historia de la provincia, que fue la instalación de la empresa minera Falconbridge, cuyo impacto ha desbordado con creces el ámbito estrictamente minero para abarcar la amplia variedad de actividades sociales de Monseñor Nouel.