Personajes Históricos

Calles maltratadas con la ignorancia

Las faltas ortográficas y los cambios de nombres y apellidos a los personajes que ostentan calles en Santo Domingo son un reflejo de la decadencia a que ha llegado la sociedad. No se muestra interés por respetar las normas del lenguaje ni a las propias figuras a quienes se les rinde tributo. No hay supervisión en la escritura ni un observador oficial que aprecie que en algunos casos la identificación aparece correcta en una esquina, pero mal escrita en el resto de la vía. Hay irresponsabilidad, desidia, desinterés en realizar el trabajo preciso.

Al margen de los yerros, persiste la indiferencia para rehacer una enorme cantidad de nombres que se han borrado por el sol, las lluvias y el tiempo, y otros que se “descascararon” debido a que en determinada sindicatura no escribieron las letras, las pegaron con líquido temporal y momentáneo que ya cumplió su efecto. Esto dificulta saber por qué vía se transita.

Otras calles y avenidas no cuentan con señalización. Solo muy antiguos moradores de las mismas saben cómo se llaman.

Las faltas en los nombres se han extendido a mapas, guías turísticas, directorios y localizadores electrónicos que los repiten de la forma inexacta en que los han escrito el Ayuntamiento de Santo Domingo y Obras Públicas, originarios de las fallas.

Estos yerros son el hazmerreír de genealogistas, lingüistas, historiadores, escritores y el dolor de cabeza de los descendientes de esos héroes, próceres, mártires y dignos sobresalientes hombres y mujeres maltratados post mortem con el látigo de la ignorancia.

En esta sección se han denunciado desatinos de esa naturaleza. Algunos los han corregido, otros persisten y cada vez surgen nuevos que son escándalos.

“Bienvenido” ¡Qué novedad! En la época colonial existió un notable maestro que educó a los esclavos y a los hijos de los caciques de La Española. Se llamaba Hernán Suárez y en la historia de esa época siempre se le cita como “Bachiller Hernán Suárez”, así también se consignó en la resolución que designó su calle en El Cacique, pero resulta que ahora, el ADN lo ha bautizado como “Bienvenido Hernán Suárez”.

Por las dudas, se consultaron cronistas que escribieron sobre este pionero de la enseñanza en América, como Esteban Mira Caballos, Nicolás de Ovando, José Luis Sáez, Emilio Rodríguez Demorizi, y ninguno le llama de otra forma que no sea Hernán Suárez. ¿De dónde han sacado este Bienvenido que ya han adoptado en planos y que se escucha sonoro en grabaciones de los “GPS”? Quizá un antiguo letrero de la calle decía “Br.”, o “Bachiller”, o simplemente “B. Hernán Suárez” y un genio sospechó que esa B era de Bienvenido y así lo han consagrado en unos rótulos nuevecitos.

Es el mismo caso del notable miembro del Pabellón de la Fama, fundador del equipo Licey y de la Academia Santa Ana, profesor y defensor de la soberanía, nacionalista y patriota Luis Eduardo Pérez Garcés (Lulú), quien fue homenajeado con una calle en el ensanche La Fe, pero quien busque esa vía con ese apellido no la localizará jamás pues desde hace años el honorable Ayuntamiento del Distrito Nacional lo reconoció con “Luis E. Pérez García” o sencillamente “Luis Pérez”. De manera que a quien quisieron recordar, lo han sepultado.

Es el caso contrario de la avenida Presidente Antonio Guzmán que también se llama Teodoro Chasseriau, a la que antes le llamaban “Privada”. El ADN le eliminó esta denominación en todos los rótulos, aunque el pueblo solo la identifica por el nombre antiguo. Pero Todavía los mercadólogos la señalan: “Privada”.

¿Qué se puede pensar del desacierto ostensible en una de las avenidas más importantes del Distrito Nacional, como es la “John F. Kennedy? En casi todos los rótulos, inclusive recién pintados, el expresidente de Estados Unidos fue maltratado con la escritura de su nombre. Dice “Jhon”. Se puede ver a lo largo de esa arteria y hasta en las callecitas que desembocan en ella que rezan: “Respaldo Jhon F. Kennedy”.

Trasladándose a la zona universitaria puede el transeúnte chocar con dos imperdonables equivocaciones: la del héroe del 30 de Mayo que participó en el ajusticiamiento del dictador Trujillo. Se llamaba Huáscar Tejeda, pero para el ADN es “Tejada”. Y un vecino suyo es el distinguido historiador y escritor Rafael Augusto Sánchez Ravelo cuya identificación en la calle que lo recuerda es una verdadera señal de descuido. Casi todos los rótulos están perfectamente escritos, con sus dos nombres y dos apellidos, “Rafael A. Sánchez Ravelo”, hasta llegar al que señala la vía con avenida Independencia, que muy imponente. Dice: “Rafael Ravelo”.

¿Llorarán desde sus tumbas? En el barrio Mirador Sur, dos preclaras damas llorarán desde sus tumbas porque fueron mujeres de letras, para colmo, una era maestra, Josefa Puello, que en un señalizador se llama “Josefa Puella”.

La otra es la primera abogada dominicana, Ana Teresa Paradas, a cuyo apellido un hambriento ignorante le comió la ese final escribiendo “Parada” y de esa manera está en guías virtuales e impresas, mapas y buscadores de Internet.

Aunque felizmente el Ayuntamiento corrigió los vergonzosos rótulos que rezaban “Pedro H. Ureña” de esa vía, lamentablemente no lo han corregido los publicistas que lo indican con Alma Máter como “Pedro H. Ureña”, cerca del que aparece muy “americanizado” César Nicolás Penson. Al autor de “Cosas añejas” ahora le llaman “Nícolas”, con acento en la i, en cambio, en muchas calles se ignoran los acentos, como en “Heroes de Luperón”, por ejemplo.

Descendientes de estas egregias figuras han reclamado con insistencia al Ayuntamiento del Distrito Nacional que corrija estos imperdonables deslices, sin que les hagan caso, aunque quizá algunos han tenido la suerte de ser escuchados. Porque hasta hace poco, el nombre del reconocido escritor de “El masacre se pasa a pie”, Freddy Prestol Castillo, aparecía “Fredy”, y ya fue enmendado, a pesar de que en algunas esquinas el nombre está borrado.

También corrigieron el apellido del insigne músico y compositor Salvador Sturla. Nada menos que en su calle con avenida Tiradentes, en un letrero muy grande le escribieron con letras descomunales: “Salvador Esturla”. El no lloraría desde el más allá. Tenía tal sentido del humor que tal vez se reía todo el tiempo que observaba esa burrada.