Es tan próspera, desarrollada, culta, cosmopolita, activa, que los calificativos de segunda capital o segunda ciudad de la República están quedando en el pasado. El progreso ha sido su trayectoria hasta en lo político. En 1857 se instaló el “Gobierno Provisional del Cibao” o “de Santiago”, presidido por José Desiderio Valverde quien, con el apoyo de influyentes locales, destituyó a Buenaventura Báez.
También fue sede presidencial en 1863 cuando se instaló allí el primer gobierno restaurador que encabezó José Antonio Salcedo (Pepillo).
Hoy Santiago es más que el Monumento a los Héroes de la Restauración, el río Yaque, las Águilas cibaeñas, el territorio libre de Los Pepines o de memorables acontecimientos por la libertad como fue la participación de sus hombres en la célebre batalla del 30 de Marzo de 1844.
No es solo la tierra más fértil de aquella región. Cuenta con la primera y más importante universidad privada del país, la Católica Madre y Maestra, a la que han seguido otras surgidas de la iniciativa particular y extensión de la UASD.
Abundan sus museos y otros centros culturales: Ateneo Amantes de la luz, museos Folclórico Yoryi Morel, del Tabaco, de Arte Folclórico Tomás Morel, de la Cultura de Santiago, Centro Cultural E. León Jiménes…
Está a la vanguardia en centros de salud privados, algunos a la altura de los más modernos del Caribe. Y aquel Santiago que hasta hace pocos años se acostaba a las 10:00 de la noche, tiene ahora una vida nocturna de múltiples opciones.
La Ciudad Corazón, inmortalizada por Juan Lockward afirmando que estaba siempre latiendo, ha hecho justicia a esa canción inolvidable y palpita y se expande. Cuenta con aeropuertos internacional y doméstico, una Casa de Gobierno, atractivas plazas comerciales de moderna arquitectura y asequible ubicación.
Allá funcionan las cadenas de comida rápida y los principales supermercados de la capital y han surgido demandados restaurantes de apetecibles y exclusivos platos, aunque los románticos que emigraron vuelven a un “Pez Dorado” que se mantiene idéntico en sus sabores y menú frente al imborrable Parque Colón.
Es una visita casi obligada, como lo es al Archivo Histórico que trae al recuerdo al afable Román Franco y sus amenas narraciones del pasado.
La historia de Santiago prevalece en su Cementerio Municipal, hoy casi museo donde yacen expresidentes nativos, como Antonio Guzmán, Rafael Estrella Ureña, José Desiderio Valverde y estuvo también Ulises Francisco Espaillat, inhumado en el Panteón Nacional en 1976.
Ese pueblo sin igual, sobre el que se ha escrito la mayor cantidad de libros, es uno de los principales centros económicos, políticos, sociales, culturales del país, con sus tradicionales destilerías, fábricas de tabaco, tejidos, calzados, mecedoras.
Ya no es el mismo Santiago que se recorría a pie por las calles Del Sol, Restauración, 30 Marzo, con quizá un paseo hasta “La Junta”, donde llegaban las guaguas del transporte público o por la Catedral o Bella Vista. Hay que volver para reconocerlo, aunque perduran algunas de sus elegantes arquitecturas de estilo neoclásico y escasas mansiones victorianas de las que recogió Carlos Dobal en uno de los tantos volúmenes sobre ese lugar que amó.
Y queda también el recuerdo de muchos otros de sus hijos más preclaros, pioneros en las ciencias, el arte, la fauna y la flora, la literatura, la prensa, de la que sigue como símbolo La Información, predilecta de santiagueros ávidos de noticias.
Esa ciudad estratégica, fundada en 1495, asentada en Jacagua, fue trasladada por un terremoto a su actual ubicación, pero otro la afectó y los sobrevivientes fueron a terrenos de Petronila Jáquez viuda Minaya. Luego retornaron al actual lugar.
Le llaman de los 30 Caballeros porque, según versiones, siguieron a Colón 30 aristócratas que se asentaron en la Isla o debido a que, supuestamente, sus primeros pobladores fueron 30 señores de la Orden de Santiago el Mayor. Fue bautizada como “El primer Santiago de América”.
La calle. Con la designación de una calle con el nombre Santiago, se reconoció a un pueblo digno de ese homenaje, pero se cometió una gran injusticia: sepultar la memoria de un médico dedicado al servicio a los pobres y a la ciencia, el doctor José Ramón Luna. Así estuvo llamándose durante casi 25 años, hasta el 11 de noviembre de 1941 cuando la dictadura consideró necesario “fortalecer la unidad nacional del país” y consagrar “un recuerdo en Ciudad Trujillo de cada una de las provincias dominicanas…”.