Forjó las más eficientes, preparadas y consagradas maestras nacionales que no se limitaron a enseñar materias técnicas y científicas sino a instruir en torno a la dignidad de la mujer creando en ella la consciencia de la igualdad, sus derechos políticos y sociales y la participación en la toma de decisiones en una época en que su desempeño estaba circunscrito a las tareas domésticas.
Se le ha definido como la dominicana de más alta gloria: la primera poetisa, la primera educadora –en la intelectualidad y en la civilidad- mujer de hogar que dio a la República hijos tan esclarecidos como Pedro, Maximiliano y Camila Henríquez Ureña, frutos de su unión con Francisco Henríquez y Carvajal, presidente de la República en 1916 y figura eminente en las ciencias, las letras, la política.
“Fue una de las mujeres de vida más completa en nuestra América”, escribió Emilio Rodríguez Demorizi, quien exaltó sus capacidades y virtudes al igual que Eugenio María de Hostos, Fernando Arturo de Meriño, Ulises Francisco Espaillat, Marcelino Menéndez y Pelayo y prácticamente toda la intelectualidad del país y críticos internacionales que conocieron su obra.
Salomé Ureña, a quien recuerda una calle de la zona colonial pequeña, pero cargada de historias, fue patriota, maestra, poeta, abnegada madre y esposa que en vida tan corta ofreció incalculables servicios a la República y amplió su educación pese a que los pocos centros culturales estaban cerrados al sexo femenino.
Contó con el privilegio de tener un padre maestro de escuela, magistrado, periodista, político y poeta, quien la estimuló para las luchas cívicas. Su madre la enseñó a leer, lo que hacía desde los cuatro años.
Aunque en su infancia apenas existían dos escuelitas de primeras letras permitidas a las niñas, el progenitor le proporcionó la mejor educación posible. “Sus primeras lecturas fueron en el “Catón Cristiano”, después leyó una traducción de la “Jerusalem Libertad”, del “Tasso” y el “Numa Pompilio”, de Florián: de ambos se sabía capítulos enteros de memoria. En este último se encariñó con el personaje “Camila”, nombre que dio a su última hija.
De su padre recibió además lecciones de literatura, aritmética y botánica y aprendió a declamar, anota Silveria R. de Rodríguez Demorizi. Tenía una memoria extraordinaria, sabía cantidad de poesías que repetía entre sus íntimos. Leía clásicos españoles y conoció la literatura francesa en su propia lengua pues estudió francés e inglés hasta dominarlos.
A los 15 años escribió versos, a los 17 los publicó con el seudónimo “Herminia”, que en poco tiempo sustituyó por su nombre real. Diez composiciones suyas aparecieron en “La lira de Quisqueya”, primera antología dominicana. En 1880 se publicó su libro de poesías patrocinado por la Sociedad Amigos del País, con prólogo de Fernando Arturo de Meriño. En 1920 salió una segunda edición con introducción y notas de su hijo Pedro.
Ya casada, se dedicó a ampliar su cultura científica y literaria con el esposo.
La maestra pionera. Su propia realidad de marginada de la educación llevó a Salomé a fundar el Instituto de Señoritas, el tres de noviembre de 1881, primer plantel femenino de enseñanza secundaria completa en la República, “sin duda la escuela de mujeres más importante que ha existido en el país”.
La consagración de Salomé a esta causa fue tan radical que abandonó la poesía. El 17 de abril de 1887 celebró la investidura de las primeras seis maestras: Leonor Feltz, Mercedes Laura Aguiar, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou. A estas siguieron muchas que se extendieron por todo el territorio, como Antera Mota, Rosa Smester y Ercilia Pepín.
“La mujer, para la que estaban cerradas las puertas de La Normal, acudía presurosa a las aulas del Instituto de Salomé… Era el ansia de iniciarse en el conocimiento de la reforma hostosiana y de recibir el pan espiritual del corazón y de los libros de aquella insigne poetisa que, según Hostos, habría sido la admiración y el orgullo de cualquier sociedad antigua”.
El educador puertorriqueño refería el cariño maternal con que Salomé trataba a sus discípulas para las que fue madre y confidente. La alta escuela existió hasta 1893 cuando las dificultades económicas y sobre todo, el grave quebranto de la directora, decidieron su clausura. Reapareció el siete de enero de 1896 dirigida por Luisa Ozema y Eva María Pellerano.
Salomé nació en el barrio de Santa Bárbara, el 21 de octubre de 1850, hija de Nicolás Ureña de Mendoza y María Gregoria Díaz León. Luego viviría con su madre y su hermana Ramona en la “19 de Marzo”. Familia y escuela se instalaron más tarde en la calle de La Esperanza (Luperón) esquina Duarte.
La llamada “orgullo de las letras patrias”, “la poetisa patriota”, creció en una época de antagonismos políticos continuos, guerras intestinas, rebeliones, revoluciones, luchas que estimularon su espíritu patriótico a clamar en versos por la paz y el progreso.
Sufrió además la casi agonía de su hijo Pedro, las ausencias del esposo por los estudios y a causa de la política, la separación de sus padres cuando ella contaba dos años y a partir de 1894, tras nacer Camila, luchaba con la muerte debido a la neumonía que dejó su salud minada para siempre. Henríquez la hizo instalarse en Puerto Plata en ánimo de que se recuperara.
“El campo, el aire del mar, ¡el aire del mar! He ahí lo más sencillo y lo menos costoso y sin embargo no lo aprovechas… le escribía. Pero su vida se fue apagando. Murió de tuberculosis el seis de marzo de 1897. La sepultaron en la iglesia de Las Mercedes. Luego trasladaron sus restos al Panteón Nacional.
Además de los hijos citados, Salomé fue la madre de Francisco Noel.
Entre sus poemas están: Qué es patria, Tristezas, Angustias, La gloria del progreso, A los dominicanos, A la patria, 27 de febrero, Ruinas, La llegada del invierno, La fe en el porvenir, A Quisqueya, A mi patria, El cantar de mis cantares, Sueños, Luz… “Ella es la primera que canta, por encima de todos los poetas de su época, el progreso y la civilización”, dijo Hostos y agregó: “Cantó todo lo que sentía la sociedad de que formaba parte, y lo cantó con tal fuerza, con tal unción, que parece en sus versos la sacerdotisa del verdadero patriotismo”.
De ella resumió Silveria Rodríguez: “Soñó con el bien de su patria y dedicó sus versos a encaminarla hacia la paz y el progreso: después creyó que eso no bastaba y se dedicó a la educación de la mujer”.
La calle.- Esta calle, que tuvo anteriormente otras denominaciones, fue designada Salomé Ureña el 25 de septiembre de 1897. Está comprendida entre las “Hostos” y “José Reyes”.