Miguelucho, héroe y mártir, torturado y fusilado en San Isidro en 1959 después de haber participado en tres expediciones contra la dictadura de Trujillo, no ha sido reconocido y es otro de los grandes paladines dominicanos olvidados. Los pocos que conservan su recuerdo opinan que cualquier homenaje es pequeño para rendir tributo a su decidida actuación por la libertad de este pueblo.
Se entrenó en 1947 para venir en la frustrada invasión de Cayo Confites, pero en 1949 llegó por la de Luperón y sobrevivió junto a Horacio Julio Ornes, Tulio H. Arvelo, José Rolando Martínez Bonilla y el nicaragüense Félix Córdova Boniche.
En 1959, cuando los sicarios del régimen lo llevaron sangrante y mal herido ante el cruel y violento Ramfis Trujillo, este, indignado, le preguntó: “Miguelucho ¿tú otra vez?”. “Sí, y si me sueltan vuelvo de nuevo para matar a ese perro”, reaccionó el patriota.
Héctor Miguel Ángel Feliú Arzeno, Miguelucho, pudo adaptarse a los privilegios que le ofrecía la tiranía. Era miembro de una familia acomodada e hijo del prominente general Quírico Feliú. Algunos parientes eran honorables servidores del gobierno y notables intelectuales. Empero, él y su hermano Fabio fueron resueltos antitrujillistas desde la adolescencia.
Fabio fue asesinado por la satrapía en 1935 y esta muerte acrecentó la oposición y la rebeldía del apuesto Miguelucho, lo que obligó a su madre a sacarlo del país, consciente del peligro que corría la vida del muchacho. Se marchó con él a Estados Unidos.
Miguelucho buscó el camino de los exiliados que denunciaban y luchaban para derrocar a Trujillo. Estuvo en México, Guatemala y Cuba hasta que el 14 de junio de 1959 se inmoló en las montañas dominicanas.
Pocos conocen su historia, su vida, su valor. Nadie ha rendido culto a su memoria. En 1991 el Ayuntamiento del Distrito Nacional emitió una resolución designando con su nombre una calle de Santo Domingo pero esta disposición nunca se cumplió. Miguelucho permanece en el anonimato.
Lo citan en sus memorias su comandante Delio Gómez Ochoa y su compañero de Luperón Tulio Arvelo. Parte de su actuación la recoge brevemente Anselmo Brache en su libro sobre Constanza, Maimón y Estero Hondo. En la prensa de 1949, cuando debieron liberarlo por presiones de organismos internacionales, se le calificaba como sedicioso invasor.
Tanto Arvelo como Gómez Ochoa destacan su intrepidez y describen su temperamento jovial, la destreza en la táctica guerrillera por lo que siempre era colocado a la vanguardia. Arvelo anotó que “difícilmente perdía la ecuanimidad”.
Delio lo describe con respeto y admiración como “veterano de la expedición de Luperón y del intento de Cayo Confite, quien por voluntad de su propio carácter asumió la gigantesca responsabilidad de dibujarnos una sonrisa en el rostro toda vez que nuestro ánimo parecía flaquear”. Tulio confiesa que se alegró cuando lo encontró en el Cayo.
Lucha contra Trujillo. Miguelucho abandonó Santo Domingo a mediados del decenio de los 40. En 1947 estuvo junto a los más destacados líderes del exilio en Cuba, promoviendo y preparando la incursión armada en Cayo Confite, que resultó fallida. Un año más tarde estaba en Guatemala organizándose para el desembarco por Luperón el 19 de junio de 1949.
Entre sus compañeros del hidroavión Catalina en el que hicieron la travesía se encontraban, además, Hugo Kundhart, Alejandro Selva, Alberto Ramírez, nicaragüense; el costarricense Alfonso Leyton, Manuel Calderón, Salvador Reyes Valdés.
En Cayo Confite durmió en barracas, comió pobremente en medio del mar para evitar las moscas, pernoctó en ranchos, y en Guatemala debió realizar largas caminatas a través de terrenos irregulares para el entrenamiento intensivo en manejo de armas y lucha de guerrillas. Ya en su Patria, cayeron siete, de 12, y él y sus cuatro compañeros se internaron en el monte perseguidos de cerca por campesinos y el ejército, en medio de ráfagas de ametralladoras, explosión de granadas de mano, sufriendo hambre y sed, sin dormir, sin quejarse.
El Catalina había sido bombardeado por un guardacostas de la Marina de Guerra. Fueron apresados el 22 de junio, encarcelados, procesados y sentenciados, y casi al año libertados por gestiones de la OEA.
Miguelucho regresó el 14 de junio de 1959 consciente de que las condiciones no eran mejores. Como sus compañeros, prolongaba la resistencia, “avanzaba por las partes más bajas de las lomas para que la Aviación no pudiera localizarlos, cambiaban continuamente de dirección para no dejar huellas”.
La escasez de comida y el frío mermaban sus energías perdidas por las caminatas, abriendo trochas se sustentaba con raíces, naranjas agrias y habichuelas crudas en medio de los ametrallamientos, disparos de morteros y bombardeos, la fuerte neblina y la tierra que se estremecía por las bombas.
Consigna Gómez Ochoa que Feliú “fue un ferviente defensor de la idea de imprimir un llamamiento” y que su carácter “nos cautivaba aún en los peores momentos por su simpatía y entusiasmo”.
Y cuenta “el momento fatal”: Permanecían él, Frank López, Rinaldo Sintjago, Achécar Kalaf, Pablito Mirabal y Miguelucho. Pablito y Delio no vieron más a los restantes. “Sé que ninguno murió en la emboscada del pobladito aquel. Quedaron heridos pero vivos y fueron asesinados posteriormente”.
Los restos de Miguelucho fueron identificados y exhumados en 1987 junto a otros, “apiñados en las fosas, uno encima de otro, tirados como quiera… Casi todos fueron fusilados en el patio del CEFA, en San Isidro. Varios morían en las salas de torturas durante los suplicios. Posiblemente algunos fueron arrojados al mar”, narra Brache.
Héctor Miguel Ángel nació en Puerto Plata el 19 de agosto de 1915, hijo del general Quírico Feliú y Ofelia Arzeno Peralta. Por los traslados del padre vivió en La Vega, San Juan de la Maguana, San Pedro de Macorís y Santo Domingo.
“En poco tiempo se convirtió en destacado deportista y en ídolo juvenil. Su atractivo personal y carisma le ganaron la admiración de muchas y hermosas muchachas de la sociedad capitaleña”, escribió Danilo Arzeno. Contaba 44 años cuando lo mataron.
La calle.- El Ayuntamiento del Distrito Nacional tuvo en cuenta “que héroes nacionales de la bizarría de Miguel Ángel Feliú Arzeno, que ofrendaron sus vidas en aras de nuestra democracia merecen ser reconocidos y recordados por la posteridad” y resolvió designar con su nombre “la calle Siete (7) de la Urbanización Fernández. Pero esta honra a David Masalles, igualmente merecedor de ese tributo. En Santo Domingo no hay una vía para Miguelucho.