La capital mexicana emprende una revolución cultural con un nuevo sistema de separación de residuos, pese a lo obsoleto de las infraestructuras
La Ciudad de México se despertó confundida la mañana del pasado sábado 8 de julio. No había sido el tráfico, el último escándalo político, ni el fútbol, sino una nueva ley de separación de basura. Orgánicos: martes, jueves y sábado. Inorgánicos reciclables y no reciclables: lunes, miércoles y viernes. Voluminosos: el domingo. Se establecían nuevos días de recogida y nuevas divisiones en una metrópoli que por décadas se había acostumbrado a una anarquía: el que quería separaba, y el que no, simplemente se desentendía. “La verdad es muy confuso, de la noche a la mañana quieren que hagas esto y lo otro, pero sales a la calle y todo sigue igual”, reprocha Ana María, un ama de casa.
Volantes, pancartas, anuncios de televisión, vídeos en Youtube… el Gobierno ha tapizado la ciudad para combatir la confusión. Los trabajadores del servicio público de limpia reconocen que a tres semanas de la entrada en vigor de la norma 024 persisten muchas dudas y resistencias entre la población. “Pensarías que por tratarse de un barrio bien, los vecinos separarían la basura, pero no… todo lo contrario, hasta se enojan si se lo pedimos”, se sincera Samuel, chófer de un camión de basura que cubre la ruta de la colonia Condesa, una de las zonas céntricas de la capital.
— ¿Ustedes respetan los días de recogida de orgánicos e inorgánicos?
— Digamos que sí y digamos que no. Si no nos llevamos de las dos, la basura se queda tirada en la calle y se apesta. Entonces, la verdad pues no.
“Estamos entre la espada y la pared, nosotros nos tenemos que echar la bronca con la gente y realmente no contamos con lo necesario para llevar a cabo esta separación, pero como es obligatorio, tenemos que buscar la forma de arreglarlo”, lamenta Jaime, un trabajador de limpia en la colonia del Valle. Jaime, que se dedica a esto desde hace 17 años, suena la campana para avisar que el camión ha llegado a la calle.
Del vehículo que conduce cuelga un costal inmenso con los materiales que se pueden reciclar y por los que consiguen dinero a cambio. El resto de sus compañeros, todos voluntarios, abre las bolsas y comienza a separar (otra vez) la basura, aunque el ciudadano haya respetado la norma y clasificado bien los desperdicios. “Echamos la orgánica en las cunitas de los lados [señala], el cartón y el plástico, arriba porque hacen mucho bulto y toda la inorgánica acá”, explica. “Al olor, te acostumbras”.
Los camiones de basura suelen tener entre tres y cinco tripulantes y en la mayoría de los casos, solo uno o dos tienen un sueldo fijo, que no sobrepasa los dos salarios mínimos (alrededor de 100 pesos o cinco dólares), según cuentan ellos mismos. El resto vive de las propinas y del reciclaje. En un buen día cada trabajador saca 200 pesos y en uno malo, menos de 100 (entre 11 y 5 dólares). “De ahí hay que pagar pasajes y si se te antoja una torta [bocadillo], ya se te fue todo”, bromea Feliciano, que ha sido basurero por más de 40 años. Los trabajadores de limpia han separado la basura por años, no por una política pública, sino como un plan de supervivencia. “Ellos mismos nos dicen que les da igual, que con dividir orgánica e inorgánica les basta”, señala Olga, que entrega la basura a Jaime y a quien le molesta que el camión permanezca detenido en su calle mientras los trabajadores sacan los materiales que luego pueden vender.
Existe también un rezago importante en infraestructura. Pocos espacios públicos cuentan, por ejemplo, con los tres cubos de la nueva separación: el verde para el orgánico, el gris para los inorgánicos reciclables y el naranja para los no reciclables. Pero el principal obstáculo, reconocido por los trabajadores y las autoridades, son los camiones.
Elde Feliciano ha circulado a diario desde 2000 y no tiene compartimentos para la separación básica entre orgánicos e inorgánicos, que se estableció desde 2011. Ocurre lo mismo con Jaime y Samuel. “Se había dejado de invertir en vehículos desde hace varios años, había algunos de la década de los setenta u ochenta”, apunta Tanya Müller, secretaria de Medio Ambiente de la capital. Müller comenta que se han comprado alrededor de 350 nuevos camiones, de un parque vehicular que ronda los 2.500.
Las condiciones precarias de los trabajadores abren además un campo para la corrupción. “Nunca hemos recibido un reporte o una multa, aunque la gente del edificio en el que trabajo no separa la basura porque la administración destina una gratificación de 800 pesos (40 dólares) al mes para que se la lleven”, admite Roberto, conserje de un edificio en la colonia Nápoles, al sur de la ciudad. “Eso ha sido así antes y después de la nueva ley”, agrega.
La situación se vuelve insostenible cuando se amplía el foco del problema. La Ciudad de México genera cada día 13.000 toneladas de basura, suficientes para llenar a tope el Estadio Azteca, el más grande del país. La mitad de esos residuos se producen en los hogares y casi el 90% terminaba en rellenos sanitarios (vertederos), lo que implica un pasivo ambiental inmenso y afecta gravemente a la salud de las comunidades aledañas, que ni siquiera viven en la capital. De ese tamaño es el desafío de satisfacer las necesidades en el servicio de limpia de la megalópolis más poblada de Latinoamérica.
Pese a las dudas, las resistencias y los problemas de aplicación, las autoridades se muestran optimistas y han notado una reducción de casi 2.000 toneladas diarias de residuos en los rellenos sanitarios en las primeras semanas del programa. “Tenemos que dar el siguiente paso, aunque sabemos que es un proceso y que tomará tiempo,”, señala Müller.