Era la primera vez que un grupo de enemigos de la opresión trujillera llegaba a la tierra esclavizada de Quisqueya, para valientemente desafiar a la fiera tiranizadora, en su propio cubil.
Los quince expedicionarios que llegaron a Luperón fueron: Los dominicanos Horacio Julio Ornes Coiscou (Comandante del grupo), Federico Horacio Henríquez Vásquez (Gügú), Salvador Reyes Valdés, Hugo Kundhart, Manuel Calderón Salcedo, José Rolando Martínez Bonilla (fallecido hace poco en Miami), Tulio Hostilio Arvelo y Miguel Angel Feliú Arzeno; los nicaragüenses Alberto Ramírez, Alejandro Selva y José Félix Córdoba Boniche; el costarricense Alberto Leyton y los aviadores norteamericanos Habett Joseph Marrot, George Raymond Scruggs y John William Chewning.
El amarizaje ocurrió sin dificultad, algunos de los patriotas se adentraron en las calles del pueblo. Entonces la luces fueron apagadas, surgió la confusión y ocurrieron algunos tiroteos entre los mismos expedicionarios. El costarricense Alfonso Leyton recibió en el cuello un balazo mortal; el dominicano Hugo Kundhart y e nicaragüense Alberto Ramírez se enfrentaron a tiros, perdiendo la vida Alberto Ramírez y resultando herido, no de gravedad Kundhart. Ramírez y Kundhart fueron introducidos en el hidroavión, donde resultaron calcinados juntos a Salvador Reyes Valdés, cuando un barco patrullero de Trujillo provocó la destrucción del Catalina. A partir de entonces, grandes fueron las calamidades, las odiseas y las peripecias padecidas por los abanderados de la libertad, que arribaron a Luperón se van a cumplir este 19 de junio cincuenta y seis años.
De lo quince campeones de la gloria y del honor que llegaron a Luperón, solamente salieron con vida el comandante Horacio Julio Ornes Coiscou, José Félix Córdoba Boniche, Tulio Hostilio Arvelo, Miguel Feliú Arzeno que diez años después, vino a ofrendar su vida en junio de 1959 y José Rolando Martínez Bonilla que apenas hace unos meses que falleció en Miami, Florida.
Han pasado 56 años de estos patrióticos sucesos y realmente La Tragedia de Luperón fue Un Grito de Libertad. El chileno Alberto Baeza Flores levantó su voz para decir: Mientras quede una gota de honor americano y la voz del amor puedan decir: Hermano, nombrad los que cayeron un día en Luperón. Si un puñado de tierra recuerda el heroísmo y el valor se adelanta sobre el último abismo, nombrad los que cayeron un día en Luperón. Mientras quede una flor, una lágrima, un día; mientras el hombre luche envuelto en la agonía, nombrad los que cayeron un día en Luperón. La juventud de Puerto Plata odiaba a Trujillo, él era el enemigo de la libertad de todos los dominicanos. Por eso, un grupo de puertoplateños esperaba a los argonautas de Luperón y trataría de unirse a ellos.
El grupo apoyaría las operaciones que se abrirían a la llegada de los expedicionarios. De esos jóvenes la historia guarda estos nombres: Fernando Spignolio, Fernando Suárez, Miguel Polanco, Pablo Borrero, Ramón (Molonche) Fernández, Ramón López Vásquez, Negro Sarita, Ramón Sarita, Tomás Diloné, Carlos Ramírez, Antonio Inoa, Fernando Inoa y Luis Ortiz Arzeno.
Lamentablemente los conspiradores estaban infiltrados y un delator (un chota) proporcionó los nombres. A la llegada de los expedicionarios la mayoría de los conspiradores fue apresada y dos de ellos considerados como los cabecillas, fueron masacrados salvajemente a tiros en una casa de madera de la carretera de Luperón. Ellos fueron Fernando Suárez y Fernando Spignolio, ultimados por las descargas cerradas de un pelotón comandado por el teniente Antero Vizcaíno.
El teniente Vizcaíno le declaró a la prensa, que Suárez y Spignolio tenían en la casa tiroteada más de cinco mil tiros, ametralladoras y pistolas. Además de saber leer al revés, los muchachos de la guardia del Jefe también sabían ser argumentadores, simuladores y calumniadores.
Para los héroes de Luperón y para los mártires de Puerto Plata, hoy después de 56 años se impone la voz patriótica de Carmen Natalia: Fue la trágica fiesta del plomo y de la sangre. Y la rubia mazorca se desgranó en silencio sobre la tierra triste, triste hasta la desesperación y hasta la muerte. El plomo hendió las carnes y las llenó de rosas rojas y desoladas. Y era la carne florecida pasto de la bestia en furia. Y era David con las manos atadas contra Goliat soberbio cabalgando sobre un carro blindado. Sangre de valientes. Sangre de héroes. Sangre de Costa Rica libre de cadenas. Sangre de Nicaragua encadenada. Sangre de Santo Domingo clavado en el martirio.
Sangre de hermanos por la santa maternidad de América abierta y generosa. Sangre nueva y ardiente, que vino de otra tierra a mezclarse a la sangre de nuestros bravos. Dominicanos: atrás los esclavizadores. Odiemos por siempre la esclavitud, ella degrada la naturaleza humana, hasta bestializarla. El hombre deformado por la esclavitud, se habitúa de tal modo a sufrirla, que acaba por deshonrar su humana naturaleza, con el más infame de los vicios: El entusiasmo de las cadenas y hasta aprende a caminar con ellas.
¡Atrás la esclavitud!.