La región fronteriza se ha establecido como enclave poblacional, aislado de sus respectivas comunidades nacionales y arropado de la economía informal, es decir, no registrada por las autoridades gubernamentales y, por ende, sin reconocimiento binacional.
Los miembros del aparato estatal que ellos representan, ni siquiera tienen control del territorio bajo su responsabilidad, “por eso la legendaria porosidad de la línea fronteriza, su informalidad comercial y un ineficiente asidero del territorio con la sola excepción de pocos centros poblacionales principales”.
Sobresale, sin embargo, el efectivo papel protagónico de los alcaldes pedáneos dominicanos y sus contrapartes haitianas. “Ellos son la legítima figura política en comunidades dispersas, de muy baja densidad demográfica, interétnicas y multirraciales”.
Esta situación está descrita en el estudio exploratorio “La frontera, a pie y al desnudo”, del antropólogo Fernando Ferrán, publicado en el boletín de la Unidad de Estudios de Haití, de la Pontificia Universidad Católica y Maestra (Pucmm).
Indica que los funcionarios públicos (dominicanos) exhiben una alta rotación, “pues van y vienen al ritmo clientelar que dicta el quehacer político de corte suprarregional.
Otro problema documentado es la imposibilidad de contar con recursos humanos entrenados en funciones administrativas, lo que aumenta el malestar de los pobladores respecto a sus servidores y profundiza el descontrol del engranaje estatal sobre el territorio.
La falta de personal entrenado en funciones administrativas aumenta malestar de pobladores y ahonda descontrol.
La violencia no es característica
En cuanto a la violencia, dice no es característica de los grupos fronterizos y, aunque se registran actos violentos, están siempre dentro de lo que normalmente es tenido como usual entre individuos de cualquier conglomerado, al margen de los inducidos desde fuera de la zona por personas e intereses extraños a los lugareños.