Las redes sociales modifican los usos amorosos: facilitan el encuentro al tiempo que multiplican la ansiedad y las inseguridades
Una mujer sigue a un hombre en Instagram, él le da a like a una foto de agosto 2018, ella le pone un comentario y se envían un primer mensaje instantáneo. Es el principio de una relación amorosa en la era de la inmediatez, muy lejos de aquel «¿quieres salir conmigo?» de los adolescentes de la era analógica. Las redes sociales permiten emitir señales bajo la protección de las pantallas. Varios “me gusta” a fotografías antiguas y algunos comentarios en la cuenta de Instagram son los nuevos códigos para demostrar que uno está interesado, ya tenga 16 años o 36.
Estas maniobras permiten lo que Amparo Lasén Díaz, profesora e investigadora en sociología de la Complutense de Madrid, llama “salvar la cara”. “Estas señales hacen que podamos actuar luego con más certeza porque ya ha habido señales concretas de que hay interés. Aunque el miedo al rechazo siempre existe, es una manera de protegerse”, explica.
En una misma ciudad, este hombre y esta mujer buscan concretar la primera cita después de hablar más a menudo. Las aplicaciones llegan en un buen momento, cuando tenemos un ritmo de vida donde hay menos tiempo para encontrarse, lo que parece un obstáculo insuperable, según asegura Mariana Palumbo, doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y especializada en la búsqueda de afectos mediante las redes sociales. La experta explica que las técnicas de comunicación actuales permiten filtrar y conocer casi todo del perfil del pretendiente antes de quedar con él. Aun así, la investigadora reconoce que este sistema de acercamiento lleva a la pérdida de la espontaneidad. Se puede saber todo de la otra persona antes de conocerle realmente: con quién sale, lo que le gusta, su restaurante favorito, si baila, si tiene perro o si pasa mucho tiempo con su familia.
Una vez que la primera cita ha resultado ser un éxito, llega la etapa del juego. El pulso de quién escribe primero, quién contesta más rápido a los mensajes, el temor a que el otro deje de dar señales de vida… son las estrategias que demuestran el principio de las inseguridades y exigencias. Son las nuevas señales que parecen definir si uno sigue interesado, quién domina con su silencio y quién no. Es como un concurso para ver quién se enamora primero. Lasén Díaz entiende que nazcan miedos al no recibir respuesta o al notar que habla menos. “Pero es un gran error medir la intensidad del amor con la de la comunicación. Todo es cuestión de la jerarquía comunicativa con normas no escritas”, afirma.
La investigadora insiste en que las cosas siguen las mismas tradiciones que antes pero con nuevos códigos. En realidad, las aplicaciones no hacen más que sacar los problemas que ya existen. “Otra cosa es que te enteres de las cosas mediante las aplicaciones o que ellas multipliquen tu ansiedad”, comenta. Palumbo dice exactamente lo mismo: lo que hay que cuestionar son los guiones románticos tradicionales, del hombre cortejando a la mujer. Según previene, el móvil hace que uno tenga demasiada información que no sabe manejar.
El hombre y la mujer ya se han visto varias veces y deciden comprometerse, a ser pareja. Leora Trub, profesora de psicología en la Universidad Pace de Nueva York e investigadora en el impacto de mensajería instantánea en la pareja, ha demostrado en un estudio publicado en la revista Computers in Human Behaviour que las similitudes en el intercambio de mensajes están estrechamente vinculadas con una satisfacción diaria en la relación. “Todo el mundo tiene percepciones y necesidades diarias distintas, por eso es crucial establecer rutinas de comunicación en común”, empieza. La experta reitera que las nuevas tecnologías no deben servir para resolver problemas pero sí para verificar cosas con la pareja o decirle que piensas en ella. “Siempre hay malentendidos por las redes sociales. Interpretamos demasiado y deteriora nuestra relación. No es bueno esta tendencia que hay en documentarlo todo”, añade.
Lasén Díaz, por su lado, explica que estos problemas que nacen por culpa de esta sobrecarga de información se deben a la exigencia de transparencia, al hecho de que una pareja se lo tiene que contar todo, estar siempre conectados y accesibles. Si no, significa que se esconde algo. “Somos más vigilantes ahora. Estamos acostumbrados también a que nos controlen. Se espera respuesta rápida y si no se tiene, genera demanda de explicación y conflictos”, detalla. La psicóloga dice que el móvil no arregla ni estropea: “es al mismo tiempo una medicina y un veneno”, concluye.
Un estudio publicado en enero también en la revista Computers in Human Behaviour demuestra que aplicaciones como Tinder aumentan el riesgo de infidelidad, y de romper ese compromiso que se había conseguido tras meses de juego. La posibilidad de seducir a cualquier hora del día, simplemente con tener conexión aumenta las posibilidades de conocer a gente e intimar con rapidez. A partir de ahí, las paranoias comienzan y la vigilancia aumenta. “Tiene un nuevo seguidor en Instagram, ¿quién será?”, “Está conectado a estas horas, ¿con quién hablará?”, son algunas de las preguntas que nacen junto con la ansiedad.
Los adolescentes, un panorama distinto pero no tan alejado
Joris Van Ouytsel, investigador en el departamento de Estudios de Comunicación de la Universidad de Amberes (Bélgica) y autor de un estudio de 2019 sobre el impacto del sexting en los adolescentes, asegura que todo ha cambiado con las nuevas técnicas de comunicación. El experto, especializado en el comportamiento de adolescentes, no cree que haya una pérdida de compromiso en las nuevas generaciones. “Mis estudios me demuestran que para los jóvenes sigue siendo muy importante encontrar pareja. Eso sí, es mucho más complejo con todos estos nuevos códigos”, precisa. Según datos recopilados por Van Ouytsel, el 49% de los adolescentes ya han consultado el móvil de su pareja, el 25% mira entre 5 y 20 veces la última conexión de su pretendiente en la red social en tan solo una hora y la mitad tiene la contraseña de su teléfono como signo de confianza. “La gente confunde acoso con interés”, alerta el investigador.
El experto admite que las redes sociales generan más celos, más dudas y más ansiedad porque uno no acepta que su pareja entre en contacto con otras personas aunque no signifique nada. “Antes no podíamos seguir la pista del otro. Ahora estamos demasiado informados de lo que hace y genera demasiadas preguntas e inseguridades. En otra época, abrir el diario de una persona o su ordenador era violar su intimidad, ahora parece normal cotillear el móvil y sus cuentas. No está visto de la misma manera. Estamos acostumbrados a que nos vigilen”, explica.
Lo más importante, según opina, es respetar la privacidad y saber dónde están los límites, sobre todo, en la adolescencia. “Por ejemplo, en la práctica del sexting entre adolescentes, he notado que los chicos tienen mayor tendencia a compartir en las redes las fotos y los contenidos. No saben qué consecuencias tiene eso y los conflictos que genera”, relata.
Tomado de https://elpais.com