Este jueves, en el primer día de la campaña británica, el cuestionado líder laborista, Jeremy Corbyn, se desayunó con lo increíble: un sondeo que empeora sus pésimas encuestas del fin de semana, que lo situaban a 21 puntos de su rival, Theresa May. Según un nuevo estudio publicado hoy por YouGov, el estudio que trabaja para «The Times», la desventaja del veterano líder izquierdista es ya de 24 puntos: 48% para los tories y 24% para los laboristas.
Tras el descalabro demoscópico, Corbyn, fiel a su corbata roja estrecha, ha ofrecido este mediodía su primer gran mitin de campaña. Ha sido en la Church House, una sala de mediano aforo muy cercana al Parlamento, abarrotada de simpatizantes y periodistas. Allí ha planteado su campaña como una batalla entre «la gente y el establishment». En un discurso duro de izquierda clásica, se ganó los aplausos de los suyos con frases como «nosotros no aceptamos ser dirigidos por evasores fiscales» o «somos el partido que podrá por delante el interés de una mayoría frente al de unos pocos».
Corbyn arranca esta carrera como un caballo cojo, pues ni siquiera los votantes laboristas le ven madera de primer ministro. Él mismo lo vino a reconocer: «Muchos medios y el establishment dicen que estas elecciones tienen un resultado sabido. El establisment no quiere que ganemos los laboristas». Pero intentó un ejercicio de optimismo y recordó que cuando se presentó a la pugna por el liderazgo laborista «me dieron unas posibilidades de uno sobre doscientos». Al final de su alocución incluso llegó a proclamar que «estamos más fuertes y determinados que nunca».
Theresa May ha planteado los comicios apelando a la necesidad de formar una mayoría de Gobierno más fuerte para afrontar con garantías los 18 peliagudos meses de negociaciones del Brexit. Corbyn rechaza ese planteamiento: «No es una elección sobre el Brexit, sino sobre las condiciones de vida de la gente». Sus promesas siguen siendo las mismas que ya hacía su partido en los años cincuenta, sesenta y setenta: «La riqueza debe ser distribuida. No aceptamos ser dirigidos por evasores fiscales».
Hizo mucho hincapié en el modelo fiscal de los Gobiernos tories, a los que acusó de llegar a apaños con grandes multinacionales otorgándoles grandes rebajas impositivas. Algo cierto: en la pasada legislatura, el ministro de Economía, George Osborne, alcanzó un acuerdo con Apple que le permitió abonar al fisco la minúscula cifra de 12 millones de libras tras unos beneficios de 2.000 millones en el Reino Unido. Corbyn preguntó a su audiencia si ellos, como pequeños contribuyentes, reciben esos favores del Gobierno, un comentario muy aplaudido.
Prometió subir el impuesto de sociedades y hacer pagar más a los que más ganan. Con ese endurecimiento de la política fiscal quiere recuperar para las arcas públicas 7.000 millones, que destinaría a gasto social. Amenazó directamente a las multinacionales y grandes empresas: «Si fuese ellos, yo estaría muy preocupado por un Gobierno laborista».
El Brexit, asunto estelar en la vida británica, constituye uno de los grandes problemas del Partido Laborista, porque se ha vuelto inane en el tema al apostar por una meliflua tercera vía: no es tan europeísta como los liberales ni tan brexiter como el Gobierno tory. Preguntado abiertamente si apoya que se celebre un segundo referéndum sobre el acuerdo que se alcance con la UE, tal y como demandan algunos de sus compañeros de filas, se escabulló y no respondió. Sobre el debate europeo se limitó a decir que quiere conservar un acceso sin tarifas al mercado único y los derechos laborales y medioambientales que trajo la UE. También acusó a los tories de querer convertir al Reino Unido en un paraíso fiscal una vez consumada la salida de Europa.
El laborismo clásico de Corbyn incluye incluso crear un Banco Nacional de inversiones públicas. También quiere poner fin a los llamados «contratos de cero horas», sin condiciones laborales cerradas, y resolver el problema de la vivienda. Curiosamente no hizo una sola alusión a uno de los problemas más graves del Reino Unido: la firme amenaza separatista en Escocia. Por supuesto tampoco hubo la mayor mínima alusión al problema del déficit y la enorme deuda pública británica, un país con uno de los peores balances de cuenta corriente del mundo desarrollado.