Al menos en el primer día del uso obligatorio de guantes y mascarillas por conductores, pasajeros y motoristas para contener la propagación del coronavirus, la imprevisión se convirtió en un atentado contra el orden y la tranquilidad.
Las salidas y entradas por los puentes Juan Bosch y Duarte provocaron un mayúsculo congestionamiento, que puso a los conductores a echar rayos y centellas, con las revisiones realizadas por efectivos del Ejército y la Policía, así como representantes de la Dirección General de Seguridad, Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett).
El proceso se tornó infernal, con riesgo por demás de que los detenidos por la falta se convirtieran en agentes de transmisión de la enfermedad. Lo sensato era que los agentes dispusieran de los guantes y mascarillas para proporcionarlos a conductores y pasajeros con la advertencia de que el uso es obligatorio.
El caos debe servir de lección a las autoridades sobre la necesidad de disponer de cuantas mascarillas sean necesarias para distribuirlas de manera gratuita a la población.
En las cabeceras de los puentes deben instalarse puestos para que la gente se provea de los protectores. E incluso los ayuntamientos, iglesias, destacamentos policiales y todos los entes deberían habilitar lugares para que la gente adquiera de manera gratuita los guantes y mascarillas.
Si con todas las facilidades habidas y por haber la gente circula sin las mascarillas, entonces procede que se actúe, tomando en cuenta, por supuestos el riesgo de las detenciones.
Tomado de https://elnacional.com.do