LA GENTE TOCABA CACHARROS METÁLICOS CUANDO SE CASABA UN VIUDO O UNA VIUDA
Santo Domingo. Por la calle Billini, en andadura hacia el este, caminamos despacio junto al edificio del Colegio Dominicano de Ingeniero y Arquitectos (CODIA), con su escalinata imponente. En la otra acera, y poco antes de llegar a la calle Isabel la Católica, llama la atención un recoleto espacio pavimentado que separa dos viviendas y abre hacia la Plazoleta de los Curas.
Es el llamado Callejón de los Curas. Enredaderas floridas y abundancia de plantas cultivadas en las casas ofrecen una perspectiva acogedora a este espacio peatonal que conduce desde la calle Padre Billini hasta la plazoleta junto a la fachada sur de la Catedral, aunque un portón de hierro impide el paso. Por este pasaje, en tiempos de la colonia, se dice que transitaba principalmente la servidumbre, pero también a veces los canónigos.
Mientras mi hijo menor Alexis y yo lo observamos, tratamos de imaginar cómo sería en el siglo XIX en la época de la colonia, cuando en tan apacible lugar se armaba tremendo alboroto cada vez que en el templo se celebraba la boda de un viudo o una viuda. Es que el callejón era la zona por donde salían los recién casados.
Y así se convirtió en escenario de las ‘cencerradas’. Los relatos sobre tales picardías, y el hecho que dio fin a éstas, los cuenta Kin Sánchez en su libro ‘Guía de anécdotas, cuentos, crónicas y leyendas de la Ciudad Colonial de Santo Domingo’. También Juan Alfredo Biaggi, en ‘Las mil y una historias de la Catedral’, habla de las cencerradas.
El nombre proviene de los cencerros que, para hacer bulla, utilizaban las amistades de los novios. Mas, como explica Kin, asimismo usaban ‘ollas viejas, latas y cuanto cacharro metálico sirviera para hacer ruidos.
El callejón proveía la oscuridad ideal para mantener el anonimato de los perpetradores de la estruendosa fanfarria. Muchos novios decidían casarse de día para evitar la cencerrada que proclamaba alegremente: El muerto al hoyo y el vivo al bollo’. Hasta una noche… en la cual un viudo y una viuda contraían matrimonio, lo cual provocó a que sus amistades produjeran mayor ruido.
Tan pronto los recién casados (el viudo Toño Castillo; la viuda, Altagracia Beuregard) cruzaron la puerta de la Catedral comenzó la más estruendosa ‘cencerrada’. Pero Toño Castillo, según relata Kin Sánchez, ‘era un hombre valiente e irascible. Apenas comenzó la bulla, Toño corrió hacia el callejón revólver en mano. Hizo un par de disparos al aire y los de la ‘cencerrada’ corrieron en estampida tirando los cacharros y tropezando con ellos. Entre caídas, tropezones y gritos huyeron despavoridos y atropellándose unos a otros ante aquel hombre dispuesto a dispararles’. Y así transcurrió la última cencerrada del callejón. ‘Ante el cómico, pero sin lugar a dudas peligroso suceso, el Ayuntamiento dispuso la prohibición de las cencerradas, incluyéndolas dentro del código penal de la época’.
Callejón
Junto a la que era conocida como Casa de la Argolla, en la acera norte de la calle Padre Billini y a corta distancia del Parque homónimo, pero casi llegando a la calle Isabel la Católica, está el Callejón de los Curas. Es un espacio recoleto y acogedor.