HATO MAYOR.-Las vías terrestres que comunican a El Seibo con La Romana e Higüey quedaron obstruidas debido a los muchos obstáculos sobre la vía, mientras que cientos de familias han quedado sin techo y ayer habían sido trasladados a escuelas convertidas en refugios como parte de los efectos del huracán Fiona en su paso por el territorio nacional.
Brigadas de Obras Públicas y la Defensa Civil lograron habilitar el paso entre Hato Mayor y El Seibo, aunque todavía se transitaba con gran dificultad y con el riesgo que representaba la gran cantidad de árboles y cables tendidos en la carretera.
El tramo más crítico de la vía que comunica las provincias internas del Este (El Seibo, Hato Mayor y La Altagracia) es el que va desde la comunidad de Chavón hasta el municipio de Higüey, que todavía al entrar la tarde de ayer estaba intransitable.
En Hato Mayor 280 personas habían sido llevadas como refugiadas a escuelas. Algunas de ellas tuvieron que salir de sus casas en medio de la lluvia porque los vientos le despegaron el techo.
“Estábamos en la casa cuando el viento empezó a levantar el techo hasta que se llevó todas las hojas de zinc y entonces salimos corriendo”, narró Dominga de Mota, quien junto a los otros cuatro miembros de su familia se refugió en la escuela “Juan Bosch”, de Hato Mayor.
Su mayor lamento es que se le dañaron los útiles escolares que había comprado para el inicio del año escolar.
La Defensa Civil tenía desde 72 horas antes del paso del huracán Fiona por el territorio nacional alertando a las personas que viven en lugares vulnerables para que tomaran precauciones y que cuando fuera irreversible su paso, entonces se resguardaran en lugares más seguros.
“No fue nada fácil, porque mientras más pobres son las personas tienen más apego a las pocas cosas materiales que tienen y por eso no quieren salir de la casa por temor a que se lo roben”, explicó Fernando de los Santos, del órgano de socorro.
En el municipio cabecera se habían registrado unas 300 viviendas afectadas, la mayoría de ellas casas techadas con zinc que no resistieron la intensidad de los vientos de una Fiona que se paseó en la madrugada del lunes con su centro atravesando entre Higüey y El Seibo.
Sentada en el centro del albergue estaba Yanet Grisales, una joven de 28 años que a su edad ya tiene seis hijos y dice no tener pareja. “Vine en la noche, pero todavía no he recibido ayuda”, expresó en forma de queja. Los seis niños retosaban a su alrededor, el mayor con 10 años y los más pequeños son dos mellizos de un año.
El comercio en estas tres provincias estaba cerrado y apenas algunos que vendían alimentos abrieron por algunas horas.
El trayecto entre Hato Mayor y El Seibo era una escalera horizontal de árboles tirados por el huracán. La mayoría de los troncos eran piñones, javillas o limoncillos que suelen sembrar los propietarios de terrenos para delimitar sus predios.
A la entrada de El Seibo una terraza que suele ser muy frecuentada mostraba lo que Fiona había provocado en la ciudad: su techó voló, el herraje fue despegado y la decoración reducida a escombros. Unos metros más adelante un vistoso “Bievenido a El Seibo”.
Más adelante, camino a Higüey una multitud se aglomeraba en el puente sobre el río Soco para mirar con asombro la inusual crecida que sobrepasaba el cause y sus aguas destrozaron decenas de casas del barrio “Los Guerreros”. No hubo muertes, pero muchos pobres perdieron lo escaso que tenían.
En las cercanías, en el sector “Los Chicharrones” del ingenio Consuelo, en San Pedro de Macorís, doña Tania Bautista, vivió para contarlo porque mientras arreglaba la cama en su casa de tablas y zinc viejo un enorme árbol cayó sobre la vivienda, justo al lado de donde ella estaba parada.
Salir de El Seibo rumbo a Higüey resultó infructuoso pues la carretera por Chavón estaba obstruida con gigantescos troncos y postes de luz.
La alternativa era salir a La Romana para empalmar con la autovía del Coral, pero el resultado era el mismo: la vía intransitable por los postes de luz y los árboles derribados.
Para salir del pueblo rumbo a alguna de las provincias del Este solo quedaba arriesgarse a cruzar los cañaverales y vencer el lodazal y los lagos formados por el agua dejada por la lluvia. Y seguía lloviendo.
Finalmente, cuando esos obstáculos eran vencidos y se tomaba la confortable autovía la sorpresa fue que un desconocido río desbordado también la había obstruido cuando apenas faltaban unos 20 kilómetros para llegar al municipio de Verón.
El lado norte de la vía estaba completamente intransitable y los carriles del sur, aunque anegados, podían cruzarlos quienes tenían vehículos altos, pero debían hacerlo con mucho cuidado.